Cuando terminé de leer El gato pintor, me quedé un poco triste. Ni los humanos ni el gato tenían nombre. Tal vez eso pretendía su autora, que la tragedia vivida por el joven calara más en los lectores. Sin nombre, sin familia, sin hogar.
Es la primera vez que en un relato o novela de los que he leído aparece un gato esfinge y me llamó mucho la atención.
El gato pintor es más de un relato que una novela, si nos atenemos a su longitud.
El joven pintor -lo llamaré Pablo- no puede asistir al entierro de su padre por culpa de un gato -llamémosle Horus-.
Su familia está indignada y se enfrenta a él pidiéndole que abandone el país por ser una vergüenza para todos. Viaja a Europa, en concreto a España.
Solo, en un país nuevo, sin amigos ni conocidos, trabaja en lo que puede para subsistir. Hasta que un día decide volver a crear. Pinta cuadros que parecen gustar al público, dedicando todos sus esfuerzos a uno muy concreto: un homenaje a su padre en señal de disculpa.
Entre tanto, su amigo -podría ser Juan- contacta con él y le dice que Horus está muy triste desde que se fue. Apenas come. Pablo les invita a venir a su casa.
Desde el reencuentro, Pablo y Juan comprueban que Horus adora a Pablo más que a su auténtico dueño. Además, le inspira a la hora de pintar. Hasta el público piensa que, juntos, son un equipo creativo de lo más valioso. Juan, entre risas, acepta que el gato elija con quién de los dos prefiere estar.
Se presentaba en versión inglesa; pero al leerlo comprobé que era bilingüe. Encontrarás primero el texto en español, y luego, en inglés.
He decidido leerlo en mi idioma para agilizarlo y poder comentarlo en el blog. Más tarde, lo he vuelto a leer en inglés.
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