Seguro que todos nosotros, alguna vez, hemos inventado una historia viendo las gotas de lluvia resbalar por los cristales de la ventana. Puede que en casa, en el tren, o en la ventanilla del coche.
En edades diferentes, creamos distintos relatos. Influirá también nuestro estado de ánimo. Romántico enamorados, triste abandonados, impaciente por haber quedado. "¡Que esta lluvia cese para salir al parque y ver a mi amor!"
Pero, claro, no somos Julio Cortázar.
No las escribimos, únicamente las pensamos. No creíamos que podrían interesarle a nadie más que a nosotros. Hubiéramos podido escribir hasta una pequeña antología dedicada a "Las gotas de lluvia", que, dependiendo de la estación del año, la ciudad, y de nuestra edad, hubieran dado para decir mucho.
Yo lo hice; inventar historias, quiero decir.
Las gotas que más me gustaban eran las del tren. La velocidad hacía que se tambalearan y se juntaran de izquierda a derecha; a veces ni resbalaban hasta el final. No les daba tiempo. Otras, eran arrancadas por el viento al dar una curva. Fueron muchos años viajando en este medio de transporte, así que también fueron muchos los días de lluvia y las historias.
Pero, claro, no soy Julio Cortázar. No las escribí. Ya no las recuerdo.
Y entonces llega Elena Odriozola y consigue ilustrar unas pocas palabras para conseguir inmortalizar una oda a las gotas de lluvia. Y, casualmente, hay un gato en la portada que me hace fijarme en el todo para disfrutar de unos minutos de lectura y unas horas de recuerdos. Nostalgia, que no tristeza, de otros tiempos, que no tuvieron que ser mejores ni peores, pero tenían su aquello.
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