Aplastamiento de la desgana

Esta semana no tenía intención de salir de casa.

No tengo balcón, ni terraza. Sí una ventana por la que, cuando hay, entra el sol desde bien pronto hasta mediodía. Así que mi vitamina D está asegurada.

Pero sonó el teléfono a las 9 de la mañana... Era de la Biblioteca de Jovellanos comunicándome que había llegado el libro que solicité por préstamo interbibliotecario. No hubo más remedio que aparcar la desgana.

Ducha, desayuno, ropa y calzado cómodo (45 minutos caminando) y para animarme un poco, estreno bolso con gatos que compré el año pasado y tenía guardado no sé para qué momento. "El momento es ahora", me dije.

 

Y allí me fui. Mareada, después de no salir desde el domingo. Apabullada por la gente, el ruido, el tráfico. Agobiada por la dificultad de respirar con la mascarilla, la incomodidad de tropezar con los humanos que nunca se apartan ("Apártate tú", parecen decir sus ojos) y ese viento que hoy no dejaba un pelo en su sitio (tenía que haberme puesto una diadema); de esta guisa, me aventuré y salí al mundo.

 

Aproveché para buscar unos detalles que incluiré en las tarjetas de felicitación de cumpleaños de mis sobrinos. Incluso me compré una cosa gatuna para mí y que, por supuesto -no lo dudes-, compartiré en el blog próximamente. (Ya puedes verla: mi regalo felino)

 

A la vuelta, encontré un minúsculo local que tiene café para llevar. Fuera, enfrente, hay un par de bancos de madera disponibles para clientes cansados. Está ubicado en la calle peatonal que linda con el edificio de la biblioteca. Poca gente pasa por allí, así que me permití tomar un café. Sentada a la sombra de los viejos muros, hice algunas fotos y las compartí en Facebook con extraños de mil y un lugares.

 

 

Después de todo, la cosa no fue tan mal. Le di una tregua al aplastamiento de la desgana y conseguí salir, por unas horas, de mi zona de confort.

Texto y fotografías: Etel García