He de reconocer que no tengo mucho sentido del humor. Tampoco soy persona de reírse a menudo. Sí que sonrío bastante, sobre todo a otras personas y a Rassel.
De vez en cuando me sale alguna que otra tontería, como hoy con los gatos percha jugando con la palabra "preciosos". Un resultado bobo que me sacó esa mueca que tantos psicólogos, gestálticos y gurús de la felicidad recomiendan para una buena salud mental.
Bueno, eso más la simple emoción que sentí cuando los vi en la tienda y pensé en ponerlos en mil lugares para que fueran útiles de cien maneras distintas.
En casa, ya relajada, los puse cerca de los libros de gatos para verlos cada día varias veces y decidir cuál sería su mejor función, no sea que los pegue en un sitio y luego me arrepienta.
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