Dejamos Ávila después de 2 días conociendo lo más singular de esa
ciudad. No es mucho tiempo, pero sí suficiente para hacerse una idea de
su importancia histórica y monumental. Nos dirigimos hacia Cáceres y
paramos a repostar gasolina en una de esas estaciones de servicio que están fuera de
la autopista, en la entrada de un pueblo llamado Villar de Plasencia.
Ya es casi la
hora de comer y en el hotel no tenemos entrada hasta las 4 de la
tarde. Haciendo cálculos, llegaríamos a una hora en la que, posiblemente, no encontremos un restaurante que nos atienda.
Justo pegado a
la gasolinera hay un bar con terraza y convenzo al otro humano de que
coma allí. Yo tengo mis dudas de poder encontrar alguna opción sin
gluten, así que me queda la alternativa de coger mi bolso de "por si acasos" que siempre llevo
cuando viajo: una bolsa pequeña de patatitas Ruffles (sin gluten), una chocolatina (sin gluten y sin lactosa) y
una manzana. De todas formas, pregunto al camarero y el cocinero sale a hablar
conmigo y me dice que me preparará un plato combinado libre de gluten
que podré comer con total tranquilidad. Así da gusto, la verdad.
Nos
sentamos en la terraza. Hay otra mesa ocupada ya con la comida
dispuesta.
Y
aquí es cuando aparecen los 3 mosqueteros gatunos con toda la pinta de
ser hermanos de una camada reciente. Calculo que tendrán unos 6 meses como mucho. Se les ve cuidados en el sentido de que no les falta comida.
(Puedes ver en las fotos que no están desnutridos ni tampoco sucios)
Los 3 se van acercando sigilosamente a esa mesa, se sitúan en
diferentes posiciones, 2 de ellos maúllan suavemente para llamar la atención de los
4 humanos..., pero la humana adulta se incomoda con la presencia felina, se levanta y le dice a
su familia que cada uno coja su plato y entren en el comedor del bar.
Dos de los gatitos los miran irse, mientras el otro se marcha, triste, en dirección a la gasolinera.
Llega
nuestra comida y vuelven a interpretar la misma función: acercamiento
lento, maullidos lastimeros, rodeo de sillas y mesas. Se nota que han representado la misma obra durante meses y no le tienen ningún miedo
al público. Eso sí, se aprecia a simple vista que el protagonista es el gatito negro, el tímido -creo que gatita-, la atigrada, y la dama que insiste poco y muestran su desdén ante la indiferencia del público, la gatita de 3
patas y media.
No les doy nada de comer porque sé por
experiencia que no se irán y porque no quiero incomodar a la pareja
recién llegada que está sentada en la mesa de al lado.
Termino de comer la cantidad a la que estoy habituada y me sobra carne y jamón serrano.
Veo
que ella ya no está visible. La tímida y el protagonista están a un par de
metros de mi silla. Me levanto y salgo de la terraza en dirección al
aparcamiento.
Los 2 saben la que se avecina y me siguen; pero la sartén
la tengo yo por el mango. Siseo y silbo un poco y ella aparece por detrás del edificio rectangular en el que está el bar, caminando
como si no fuera consciente de que le falta media pata.
Ya tengo a los 3
mosqueteros frente a mí, mirándome con los ojos redondos porque saben
que tengo carne y que es para ellos.
Más que por conocimiento, lo hago
por intuición, y pongo trocitos de comida en 3 sitios diferentes para que cada uno se
tome su ración y no deje a sus hermanos sin nada.
Terminan y me miran
esperando más. Es el turno del jamón serrano. A gata Rassel le gusta, así que doy por sentado que también a ellos. Cuando acaban todo, les
hago el mismo gesto que a Rassel: les muestro las manos vacías y digo: "Ya
no hay más". Y se van tranquilamente a tumbarse a la sombra.
Desde el coche los miro con una sonrisa y les deseo una buena y larga vida.
Fotos: Etel García (septiembre, 2024)
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