Vaya por delante: No hay gatos en esta novela. Sólo verás gatos en la portada y contraportada que, ciertamente, me gusta; no en vano, fue lo que me llevó a comprarla en papel.
¿Me siento engañada? Un poco. ¿Decepcionada? Pues, ciertamente, no. La historia me ha gustado; aunque sencilla, los personajes son encantadores, complejos, muy diferentes entre sí, pero emocionan y se les toma cariño en poco tiempo, excepto a Hideaki.
Hay un mensaje subliminal de crecimiento personal, pues la protagonista, Takako, su tío Satori y resto de personajes -especialmente Momoko- más o menos relevantes que van apareciendo, dejan ver cómo los acontecimientos del pasado les han llevado a ser como son en el momento actual.
Les suceden cosas que cualquiera podría identificar como propias o de otros humanos cercanos. Les han cambiado, no exactamente para ser mejores o peores personas, sino para aceptar la realidad, disfrutar de lo sencillo: la lectura, la comida, la naturaleza, la compañía y la conversación. No siempre hay que explicarlo todo; lo que sí es necesario es respetar los tiempos para que se curen las heridas emocionales, acompañar.
El desagradable desengaño amoroso que sufrió Takako la llevó, con bastante desgana, a vivir en el apartamento situado encima de la librería de su tío, en el barrio Jinbocho, en Tokio, conocido por sus librerías y tiendas de antigüedades.
Ella, que casi no leía, se dejó convencer para volver a los libros en busca de consuelo y conocimientos gracias a la pasión que Satori le transmite.
Satoru: "No siempre es fácil entender lo que se quiere de la vida. De hecho, entenderlo lleva toda una vida".
Te recomiendo esta lectura ausente de gatos de la que fluye la sabiduría relajada de los felinos.
Me hubiera gustado conocer, aunque fuera solo un gato. Un gato que se paseara por la librería, que subiera a la primera planta y acompañara con sus ronroneos sanadores a Takako. Bueno, me lo puedo imaginar, ¿no?
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