Hay novelas que te gustan pero, cuando las terminas, no sabes a quién recomendarlas. Haces memoria de todas las personas que conoces. Tachas las que no leen. Te quedas con, ¿cuántas?, ¿3? y resulta que solo leen ciertos estilos muy concretos y no precisamente el que ofrece El destino de un gato común.
Eso me pasó hace unos días, cuando terminé de leer esta novela. No tengo ni a una sola persona a la que le pueda decir que lo lea y que lo comentemos luego. ¡Ni una sola! Está disponible en la plataforma eBiblio Asturias, así que el acceso a él sería fácil, pero no sucederá de ninguna de las maneras.
El destino de un gato común no es una novela fácil. Fácil, me refiero, en cuanto al estilo, al vocabulario. Sin embargo, los temas tratados son de los más comunes.
El abuelo jubilado (Matías Ybarra) que debe de hacerse cargo de su nieto de 10 años (Nicolás) porque sus padres no tienen ni idea ni interés en responsabilizarse del niño.
El hijo del abuelo (Manuel), padre del niño, que no sabe qué hacer con su vida después de los últimos sucesos en el lugar de trabajo. Se siente culpable por no haber sido buen padre; aunque él tampoco disfrutó de su propio padre.
El abuelo, que se siente culpable de no haber sido buen padre y, ahora, quiere ser buen abuelo y casi padre para su nieto.
Y en medio y alrededor de todos ellos, un gato negro con 2 nombres: Rudyard o Barranquito. El intelectual y el soldado. Dependiendo del momento.
Nos encontramos en esta historia con un gato gato al que abuelo y nieto le atribuyen unas cualidades excepcionales que le hacen único. Sí, es un gato, pero es el gato negro que vive en la casa de los Ybarra y eso le hace especial y diferente a cualquier otro grato negro madrileño.
Rudyard es un nexo de unión entre 2 generaciones: el abuelo que ya es senior y ha tenido una vida larga y llena de experiencias, y el nieto, niño aún, que no sabe nada de la vida, aprendiendo del abuelo y del gato porque su padre y su madre lo ignoran.
Hay en El destino de un gato común, más de un destino humano. Tres generaciones condenadas a entenderse por el bien común. Incomunicación generacional y falta de interés por solucionarlo. Sentimientos de culpabilidad difíciles de solucionar, aunque no imposible.
Si te animas con este ejercicio de lectura que a mí me obligó a esperar unas cuantas páginas hasta que me acostumbré y comencé a meterme en la historia, no te va a defraudar.
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